Me encontraba yo indecisa, con aquellas letras organizadas en el papel, listas, esperando… y le pregunté a mi amigo:
Después de echarle un vistazo, me contestó:
No quedé satisfecha con su respuesta e insití:
Con un movimiento de hombros me contestó:
— ¿Sí? Bueno, puede ser, pero yo soy tan gráfica… - añadí.
Lo miré confundida.
Me interrumpió con cara de sabelotodo y exclamó:
¿Saben qué hice con el papel y las letras organizadas? Las tiré a la basura. No me gustó su respuesta y rompí el folio por la mitad y después en cuartos, hasta trillarlo todo para que no quedaran huellas. Supongo que fue un impulso irrefrenable o que esperaba algo distinto a lo que me había contestado.
Había olvidado que mi amigo era pintor, que tenía hambre, y aquella noche lo había invitado a cenar.
Pensó en una tercera persona para que fuéramos multitud y la noche se enriqueciera con nuestros comentarios. Entonces se acordó de Jazmín, una amiga de toda la vida que siempre estaba dispuesta para este tipo de tertulias tan enriquecedoras. La llamó por el móvil y no dudó un instante en presentarse en la casa.
Y la noche nos unió a través de las palabras, de las letras, de las impresiones y opiniones de cada uno de los tres. Hablamos de citas de autores famosos, de poetas que ya andan criando malvas pero que dejaron su legado. El verso fue poema y el poema un pincel azulado, escucharnos los unos a los otros, una soñada odisea. Esas eran las noches que más nos gustaba vivir, donde la libertad de hablar y el placer de sabernos vivos, daban vida a la misma sensación de sentir nuestra propia respiración.
La cena, estuvo estupenda. Un exquisito museo de arte culinario. Carolina era una maestra de la cocina. Sus platos rozaban el cielo e incluso a veces lo sobrepasaban por una simple razón: cocinaba inspirada. Y eso se sentía en el paladar cuando saboreábamos sus deliciosos platos.
¿Lo mejor? El soufflé de aguacate. ¡Alucinante!
Y entonces, llegó el postre… no habían pasteles ni nada dulce. Unas cuantas manzanas, de temporada, llegaron en un bol para hacerse un hueco en la mesa.
Él, el pintor, se levantó bruscamente de la mesa y sin pensarlo dos veces exclamó:
Ambas nos quedamos fuera de juego con su reacción, pero ninguna de nosotras fuímos a pedirle explicaciones por su actitud… y eso fue lo que más nos agradeció.
Por eso de vez en mucho, volvemos a reunirnos para cenar de nuevo juntos otra noche más. La próxima vez toca cena en casa de Jazmín, con lo cual alguien seguirá teniendo la excusa de fugarse cuando le apetezca mientras no esté haciendo de anfitrión.
El día que toque cenar en casa del pintor, no tendrá el permiso ni el lujo de darse el piro. Ya veremos quién de las dos sale antes escopeteada con alguna excusada frase… tal vez nos dé por abandonarlo las dos a la vez. Tal vez se lo merezca.