Sucedió en la escandalosa
sordina propia del silencio, dentro de un océano inquieto. Mientras nadaba
contra las corrientes marinas, cálidas y frías, que me arrastraban en sentido
contrario en continua oposición. A cada una de mis brazadas, del cielo redentor
caían las señales para que me diera media vuelta en dirección a la costa, para
que no lo olvidara, para que no te olvidara.
¡Lo que hace la fuerza de la
costumbre!
Pero por fin pude, ayer por
la tarde, juntar los dos brazos y cerrar el círculo. No ha sido nada fácil,
demasiado esfuerzo, cada uno va a la suya y con todo lo suyo, sin cargar un
gramo de nadie, ni por humanidad, siento una gran pena cuando veo en lo que nos
estamos convirtiendo.
Me decía a mí misma que no
hay eternidades tan festivas que pesen menos que esta espina, y la espina que
al final ha sido púa roma, incapaz de arrancar nota en cuerda alguna porque hace
tiempo dejó de rascar.
Así anduve, tragando salitre
con la esperanza de que supiera a abrazo viejo, a algo que me hiciera recordar
a cómo sabían todas tus palabras.
¡Qué razón tienes, compañero!
¡Qué razón has tenido
siempre!
Te he hecho tan poco caso
que ahora me arrepiento.
Entre girones e hilachas quedan suspendidos y ondeando al viento, los vestigios de sueños ilusorios e impuestos, que nunca fueron ni siquiera nuestros, mientras, bajo la luna, una solitaria sirena ha iniciado una frenética, extraña e incomprensible danza.
Entre girones e hilachas quedan suspendidos y ondeando al viento, los vestigios de sueños ilusorios e impuestos, que nunca fueron ni siquiera nuestros, mientras, bajo la luna, una solitaria sirena ha iniciado una frenética, extraña e incomprensible danza.
Danza y danza, sobre las
corrientes marinas, calientes y frías, como si no le afectaran y al compás de
una melodía que únicamente ella puede oír.
Gimen los vientos a su
alrededor pero no le importa, porque ella ha entendido por fin.
