— Se trata de moldear el destino con ellas, con nuestras manos, de ahí su belleza. Porque es desconocida y ajena. La vida abre nuestro pulso, arranca dolor; a veces nos dibuja una seductora sonrisa, porque nos mira directamente a los ojos. Descarada. Es capaz de vestir su piel de Luna para que la deseemos como si no existiera una mañana y nos perdamos en sus labios, que nos ofrecen como tierno paréntesis, una mera ilusión, un sueño o quizás puro delirio… ¿por qué no?
— Lo peor de no tenerla es no poder saborearla. Sí, a veces duele pero otras huele a jazmines. Tan sólo por eso, merece la pena vivirla. Hay días que salgo a la calle y no respiro nada… y sin embargo hay otros días en que todo parece estar orquestado para mí. Y entonces me da por reír de felicidad pasajera. Y sé que de vez en mucho vuelve a venir y entonces me dan todavía más ganas de seguir viviendo.
— Me habla con su voz ronca, quebrada por el tiempo. Un tiempo que no es otro, que la sucesión de sumas de ocasos y amaneceres. Susurra: No tengas miedo a vivir, que para morir siempre existe el momento. Camina descalzo para que puedas sentir mi roce a flor de piel. Ama con intensidad, como si el amor fuera agua y tú una minúscula gota perdida en ese océano. Siente la verdad, tu verdad, como si fuera un cuerpo. Respírame, mi aroma no tiene género.