Al arte de ocultarme de ti - Salvador Arnau


Al arte de ocultarme de ti le precedieron cinco estrellas.

La primera cuando llegaste a mí sin previo aviso y, sutilmente, zancadilleaste mi mente con aquel cuento que llevabas bajo el brazo. Era una historia basada en un hecho real, algo difícil de creer pero yo me lo comí con patatas fritas y a lo loco. Supongo, ahora que lo miro desde otra perspectiva, que sin quererlo ni beberlo me habías clavado una flecha de Cupido en lo más profundo de mi corazón. Recuerdo aquellos días como una melodía que sonaba demasiado bien. Súbitamente, los árboles de las calles, que adornaban el paisaje de cemento, se hacían visibles para mis ojos. Incluso escuchaba el canto de los pájaros que se hallaba ensordecido desde hacía mucho tiempo. Todo parecía maravilloso como la canción de Louis Armstrong: "What a wonderful world".

La segunda, tras yacer la primera, fue el atontado estado de confirmación de mi idiotez sin dejar pasar de largo la tuya. Soñaba despierto con un futuro que no existe, pero yo le procuraba pinceladas de todos los colores para que el cuadro tomara asiento y se quedara para siempre. Caminaba más suelto que nunca con el placer de saber que existías y me correspondías. El agua fluía desde las montañas y yo me dejaba arrastrar por la corriente, ¿por qué iba a resistirme a tan hermosa experiencia? No había forma de rechazar tanta vida, tanto amor, tanta pasión, tanto de todo. ¿Recuerdas el pedazo de paella que degustamos juntos a la vera de la mar?

La tercera llegó en menos de dos meses con el primer conflicto de intereses. Te enfadaste por una nimiedad de esas que pasan en toda relación recientemente establecida y me mandaste al carajo. — ¿Dónde queda eso? —  te pregunté con cara de niño perdido — . Tu callada por respuesta empezó a incomodarme y, en un instante, el cielo empezó a descender a toda velocidad hacia la tierra. Me tocó ponerme las pilas, de esas que duran y duran, y empezar a prepararme para poner los pies en el suelo y salir de la nube en la que, ingenuamente, me había instalado. No se puede ser más bobo, pero así son estas cosas, duran poco pero son muy intensas y no hay quien, teniendo un corazoncito, sea capaz de pasárselas olímpicamente por el forro.

En la cuarta de tu ombligo, se te pasó el absurdo enfado que tenías conmigo y aterrizaste en la tierra saludando amistosamente. Creo que esta fue la más alucinante de las cinco estrellas. La cordura volvió a reinar entre nosotros y, aunque la atracción continuaba, empezamos a hablar de derechos, respetos y todo lo que implica el inicio de una gran amistad. Qué palabra tan bonita: amistad. Nada de pertenecer, nada de eso; del amor pasajero pasamos a la toma de conciencia de la realidad, algo insuperable y siempre preferible que en ocasiones solemos olvidar.

La quinta estrella vino a confirmar lo que siempre sospeché: "No hay nada mejor en este alocado mundo que tener un amigo", al margen de su sexo, que está muy bien, se impone su personalidad, su manera de ser, su manera de actuar, llevando siempre por bandera la palabra libertad. Y ya ves, quién me lo iba a decir a mí, desde entonces no hemos dejado de cultivar nuestra relación, dejándonos espacios mutuamente para poder enriquecernos por ahí y después tener algo que contarnos por acá. Espero que esta situación, no digo que sea eterna pero si duradera en el tiempo, siga su curso porque hay personas en este mundo que merece la pena conocer. Mis mejores abrazos para ti, te dejo esta canción que va de corazón a corazón: Amigos para siempre (Friends for ever).




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