Peldaños de fuego - Laura Mir & Jaime Ros - Premio a dúo CREA UNA HISTORIA


Sobre peldaños de fuego comenzaría el descenso. Bajaría renunciando al aire que me pesa. Para buscarme en ti. Para encontrarte sin el marco que enjaula esta ventana. Para huir de la luz de la farola que te ilumina, incluso cuando no estás. Aunque sea para escuchar mil excusas, mil mentiras. Tanto amor siento, que ya no me cabe, y para que no me duela todo lo que te miro, voy a verte cuando puedo y dejo el corazón guardado en casita. Porque ya me dolió, se me hizo trizas. Me gustaría que se rompieran los pasos que me separan y se recompusieran los que me escocieron.

Al final de cada cuento, pongo mis labios en tu pecho, para que tus latidos se transmitan a mi corazón, para cerrar los ojos, y aun sabiendo cuanto de malo puede ser desear, deseo, que mi corazón siga el ritmo del tuyo.

— Lo que me dices es como pedir dos de cuarto y media de huevos. También ando cansada de que me quieras a ratos y cuando no tienes nada mejor que hacer, y siempre comparando, me comparas hasta con el viento que pasa. Mira y escucha, porque no estoy leyendo el noticiero, te estoy hablando de lo que siente el corazón desde este ardiente infierno que son los deseos y las pasiones.

—  No pudiera comparar. Sufro. La comparación incluye a dos. Sólo sé de una. Y en esta cama, ¿Cuántos deseos han habitado? Porque… ¿Qué es el fuego si no llamas de ilusión, como la mía, que arden, pero en un invierno sin sol?... ¿Y tus bragas de quién son, sino de todos y de nadie?

No quise discutirte en aquel momento. Ahí quedaron suspendidas esas preguntas que nunca contesté, que nunca cuestioné en mis adentros, las dejé cercanas a tu comisura para que se desintegraran en el comparativo viento, mientras cerraba tu puerta y volvía al paseo interminable para dar vueltas siempre a la misma esquina.

Al paso de los días me di cuenta de que algo había cambiado, aunque la ciudad fuese la misma y el hambre siguiera repartiéndose a manos llenas. Con la misma cantidad de falsas iglesias e impúdicos burdeles. Las mismas mujeres maquilladas, tristes y dispuestas; sonrientes a todas las carteras. Mientras ellos, mendigos de soledad, miraban mis faldas e imaginaban mis interiores.

Hiciste que sintiese asco de mí misma, hasta el punto de que la hechura de este vestido se me hiciese muy estrecha y me faltase el aire, me ahogase. No supe en aquellos momentos qué hacer, y tentada estuve de olvidarte, de meterte en un frasco con toda la rigidez de tus cuestiones; cerrarlo, lacrarlo y guardarlo en un rincón oscuro junto a otros tantos pretéritos repletos de mentiras que mucho prometieron pero en realidad nunca fueron.

Pero en vez de hacer eso y aun sabiendo cuanto pueden llegar a quemar los peldaños del ascenso, y aun sabiendo que sólo vuelves al final de cada uno de tus cuentos. Me estoy lavando la cara para ir a tu encuentro.





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