Se adentraba a la absurda realidad,
hecha con pequeños jirones de asfalto,
en una ciudad aniquilada
de poblaciones de flores y pájaros.
Yo soñé que no eras tú,
mi cielo,
siempre avejentado,
árbitro entre la codicia
de aquellos hombres siempre soñados.
Te invitaré un día de estos
a alcanzar las grandes cimas,
donde tu recuerdo es permanecer
y los vientos se arremolinan.
Ciudad soñada, hecha de otros hombres
donde paganos existen invocando nuevos nombres.