Me da la impresión de que sólo soy un relleno incómodo con el cual nadie
sabe muy bien qué hacer, como un compromiso caducado envuelto en silencios
explícitos. Vuelvo a desayunar solo, sin que sepa muy bien por qué y noto como
mis palabras se pierden entre estos aires que pesan como el plomo, sin hacer
eco, sin llegar a ningún destinatario y sin obtener respuestas.
La niebla fría se ha vuelto a colar por las heridas mal cosidas de una
piel que parece que me cubre, cuando en realidad sólo está de testigo de un
tiempo que se muere, con cada ráfaga de este viento helado que sale de una
pantalla muda y fría. Otra vez, me siento al borde de un mundo que ayer pensaba
hermoso y que hoy está cubierto de una noche sin lunas ni estrellas.
El abismo ha vuelto a llamar pronunciando mi nombre, el puente que había
construido para poder cruzar se ha hundido en su profundidad, sin ruido, sin
avisar, sin piedad… Me acerco al borde para insultarle, para decirle que no
tiene nada que hacer, que mañana saldrá el sol y será un nuevo día. El eco me
devuelve una risa irónica y me susurra bajito:
— No volverás a ver la luz del sol.
Trenzado de sombras está el destino al cual no parece afectarle esta oscuridad,
la puerta que me llevaría a la luz está en otro lado, sólo se me permite
observarla, sin ningún derecho a soñar con ella, como una burla cruel de los
implacables dioses. Ahora sé, que con aquel puente se ha desvanecido la única ruta
que podía llevarme hacia una salida.
Ciego, sordo y mudo, deambulo por esta tierra baldía, dueño de nada, rey
del vacío.
No culpo a nadie aunque tenga la sensación de ser un pésimo constructor
de puentes. Intentar que se sostengan en el aire sin más cimientos que el amor,
es una utopía, pero desconozco otra manera de hacerlo. Veo cómo te alejas a
cada paso, llevándote contigo una porción de mi alma, y sé, que más pronto que
tarde, me dejarás sin ella.
Entonces mi corazón se transformará en piedra, dejando de bombear vida a
unos órganos petrificados, porque mis ojos han dejado de ver la belleza de los
tuyos. Seré una roca al borde del camino y dejaré que el tiempo vaya
depositando el polvo y las frías nieves de invierno sin inmutarme, mientras el
viento con fuerza aullará desde el norte, tu nombre.
Y a ti, caminante perdida, si alguna vez en un futuro, pasaras por mi
lado, detente, alza tu mano, acaricia mi mejilla, y reza, reza a los dioses por
mí. Esa alma que ya te pertenece, te lo agradecerá eternamente.
Benjamín J.M