Muy
agradecidas.
Julia C. y Laura Mir
1.878 (Parte I)
Una cerrazón lóbrega se
ceñía sobre el marquesado desde hacía años, como un maleficio llegado más allá
de las tinieblas y no podía comprenderlo. Ramón no era muy supersticioso, pero
había momentos en los que sospechaba que aquello se debía a un castigo divino
más que al puro azar.
Se había casado con una
mujer hermosa, de gran fortuna, haciendo un matrimonio que era la envidia de la
alta sociedad y la amaba, vamos si la amaba. Pero por mucho que lo intentaban
no había forma de que la naturaleza los bendijera con un retoño, un heredero.
Si no conseguían un hijo, todo lo que les rodeaba e incluso el titulo pasarían
a manos de un primo lejano, tan lejano que ni lo conocía. Y aquello por lo que
habían luchado sus antecesoras generaciones y él mismo, habría perdido todo su
sentido.
La partera del pueblo
posiblemente pudiese ayudarlo por una importante suma de dinero; cuántas chicas
jóvenes, solteras y desvergonzadas se quedaban embarazadas y después los
abandonaban o no podían atenderlos como debieran, llevando ambos una mala vida.
Podría conseguirlo, pero tendría que asegurarse de que la madre jamás pudiera
reclamarlo.
Y así lo hizo, habló con
Hortensia y conviniendo el precio, él obtendría lo que quería, un heredero; la
partera un montante como para retirarse, y la madre de la criatura obtendría la
muerte.
La partera le habló de una
chica joven, casi una niña, una desgraciada ligera de cascos que se había
quedado embarazada de veteasabertúquien,
más sola que la una, pero eso sí, muy sana. Lo que le aseguraba al marqués una
fuerte y segura sucesión.
Llegado el momento, la
muchacha se puso de parto, los dolores eran atroces y las fuerzas le fallaban,
no estaba siendo un alumbramiento fácil, tuvo que cortarla varias veces, el
rorro era grande y la pérdida de sangre considerable. Al final nació una niña esa
fría noche de mediados de Enero.
Posiblemente el marqués la
despreciara, pero siempre es mejor una fémina que nada, podría en un futuro
acordar un buen matrimonio para ella que le asegurará la sucesión del
marquesado, en definitiva el legado era la descendencia que ella le diera y
visto a la madre, así sería la hija. Podría con esos argumentos convencerlo.
Hortensia, acomodó a la niña
en una toquilla y echó la última mirada a la joven que muy debilitada se
desangraba sobre la mesa, mientras pensaba, que de esa, la desgraciada no
saldría. Es mejor abandonarla a su suerte que cargar sobre sus espaldas un
asesinato, mucho más fácil, sí, culpar al destino y la mala suerte.
Con la criatura en brazos se
giró, abrió la puerta y salió a la noche, mientras la negra oscuridad y la
nieve helada, cubrían tras ella todas las huellas, y el silencio acogía con
generosidad en su pozo profundo, todos los secretos.
Continuará…