— Aquella joven salía cubriéndose el rostro. Atrás el
dueño de la posada repartiéndole improperios y puntapiés. ¡Pobre! Apenas podía
mantenerse en pie. Con unas monedas en la mano del posadero se acabó su
sufrimiento.
— Admirable.
La traje al castillo, a hurtadillas, de otra forma no podría
haber sido posible. La acomodé en unas estancias que prácticamente son
desiertas durante el verano. Allí permanecería a salvo de miradas indiscretas.
— Creo que nadie podría reprochar su actitud.
— Sólo cumplí con mi deber. Mi señora andaba, igual que
debía andar la muchacha, por los últimos días de su quinta cinta. Vi una
oportunidad de liberar a una esclava.
— Bien.
— Al igual que aquella otra chica, hospedada en el
Monasterio de la Caridad. El olor era demasiado nauseabundo para dejarla allí.
También le deberían quedar pocos días para romper aguas. Aquel animal la
montaba, quizá por un trozo de pan, quizá por la promesa de ahorrarle una
paliza y un aborto.
— ¡Oh Dios!
— Total, no existe diferencia de alimentar a una o
veinte. ¡Son muchos los desperdicios que hay en esa corte! ¡Muchos! Se
alimentan a reyes, y a cerdos, con los mismos bocados.
— Mucha bondad en esos actos.
— A las pocas fechas, ya eran cuatro las jóvenes que
compartían el espacio, todas, como debía ser, en estado de buena esperanza, a
punto de dar a luz. Se hacían mutua compañía, en el apoyo de aquellos muros,
descansadas sobre lechos de heno.
>>El buen Dios nos proveyó con una quinta muchacha, para
que se ocultase entre las otras. Debió de ser Dios, porque resultó ser una
antigua novicia, que dio con sus huesos fuera del convento, sin más onza de
pan, ni más sangre de Cristo, por obra y gracia de un mal diablo.>>
— ¡Madre de Dios!
— Los llantos llenaron de alegría aquella madrugada. Yo
fui la encargada de recoger a la criatura que se escapó del vientre materno, como
las cuatro veces anteriores. Y como las anteriores veces, volvió a ser una niña.
Parecía que los pecados de Su Majestad debían castigar a éste, nuestro reino.
>>Me la llevé, para asearla. Pero el buen Dios
estaba con nosotros. Por eso, había permitido que tan sólo unas horas antes,
una de aquellas infelices hubiera dado a luz. Estaba allí, amamantándolo, un
precioso niño, algo enclenque, sí, normal en cualquiera de aquellas furcias,
pero nada que una buena nodriza no pudiese solucionar.
>>“Has tenido una niña preciosa.” Le dije, hablando
en voz baja, como vos y yo ahora, para que no escuchen oídos indiscretos, para
que las compañeras no se vieran perturbadas en su sueño. Pero no quiso hacerme
caso. “Es un niño, mi señora.” “Estás muy cansada por el parto. Has parido tú
sola.” “No tan cansada como para no ver el fruto de mi vientre.”
>>Soy buena sirvienta, pero mejor vasalla. Cumplí
con mi deber. Luchaba por seguir
respirando, pero estaba muy debilitada. Me resultó curioso ver que el niño no
soltaba el pecho. ¡Parece que es la única idea que cruza por la mente de un
hombre! ¡Vive Dios, ver como se mezcla vida y muerte en este mundo! Dejé a la
niña saciándose de aquellos pechos, que no levantara el llanto el sueño de las
que allí quedaban.>>
— ¡Pero cómo pudo! ¿Que desdichada pagó con su vida?
— ¡Por Dios, Padre! El futuro del Reino estaba en juego,
a más de que mi señora se vería liberada de aquel bruto. Y vos os preocupáis
por la suerte de una ramera. No sé cual fue, mi memoria no tiene a bien
recordarlo, y ha mucho de aquello. ¿Qué importancia tendría?
— Por qué tuvo que matarla, que mal habría si siguiese
viviendo ¡Unas monedas, y se daría por satisfecha!
— Las lenguas son de mal reposo. Mejor callarlas que dar
la oportunidad a que se agiten. ¿No creéis vos?
Imagine por un momento, Padre, que se extiende el rumor de una Infanta
en el convento, o que nuestro Rey no tiene linaje real.
— ¡Somos siervos de un bastardo!
— Yo que asistí a cada parto y a cada herida de las niñas
infantes, y de nuestro Rey, puedo decirle que no es el color de la sangre lo
que los distingue.
>>Ahora, Padre, me gustaría purificar mi alma, pues
me temo que Nuestro Señor pronto me reclamará a su lado. Le recuerdo que estoy
bajo secreto de confesión, y que aunque las almenas son vistas desde la puerta
de la iglesia, para vos la corte está a muchas fechas de camino.
>>Cumpla con su deber, como yo cumplí con el mío, y
tenga la bondad de darme la absolución.>>