Le llamaban depresión y un sueño nos hizo despertar - Luna de Primavera & Eva Figueroa & Salvador Arnau



Todo empezó a oscurecer, faltaba luz. Levantarse de la cama era una cuestión de fe. No había nadie para despertarme, y cuando conseguía alejarme de la habitación miraba por la ventana y todas las nubes me parecían oscuras, negras, feas, horrorosas…

Pasaron más de tres meses viviendo todos los días con la misma sensación, hasta que ayer por la mañana, me desperté y recordé el sueño que había tenido aquella noche:

“Volaba por encima del mundo y veía montañas multicolores, una sensación de paz me invadía de tal manera que no quería hacer otra cosa que seguir en el aire, por encima de todas las cosas.”

Me incorporé, me senté y apunté el sueño en una pequeña libreta. Desde ese día no he vuelto a tener malos despertares. No sé qué ni quién fue, pero sé que alguien hizo algo para que aquella situación cambiara… y cambió para siempre. (Salvador Arnau)

Poco a poco empecé a sentirme mejor. Fue como si el sueño de aquella noche se convirtiera en un punto y aparte en mi vida; en mi día a día; en mi mundo. Y aquel sueño jamás me abandonaba; yo no se lo permitía. Las montañas multicolores, la paz, el aire rozándome la piel. Todo lo que mis letras capturaran en aquella pequeña libreta dormía conmigo cada noche bajo mi almohada.

Antes de cerrar los ojos releía cada día mis propias palabras, las saboreaba y me las tragaba para volverlas a soñar. Y así fue durante un tiempo cada noche. Exactamente lo mismo; el mismo sueño; la misma paz.

Así era, sobrevolando el mundo acompañado únicamente por el viento; por mi respiración; por las montañas. Hasta que un día todo cambió. En mi sueño había alguien más.

Poco a poco empecé a sentirme mejor. Fue como si el sueño de aquella noche se convirtiera en un punto y aparte en mi vida; en mi día a día; en mi mundo. Y aquel sueño jamás me abandonaba; yo no se lo permitía. Las montañas multicolores, la paz, el aire rozándome la piel. 

Todo lo que mis letras capturaran en aquella pequeña libreta dormía conmigo cada noche bajo mi almohada. Antes de cerrar los ojos releía cada día mis propias palabras, las saboreaba y me las tragaba para volverlas a soñar. Y así fue durante un tiempo cada noche. Exactamente lo mismo; el mismo sueño; la misma paz. Así era, sobrevolando el mundo acompañada únicamente por el viento; por mi respiración; por las montañas. Hasta que un día todo cambió. En mi sueño había alguien más.




No voy a empezar a hablar de mi infancia porque me revienta por lo recurrente que es siempre, sólo diré que fue atípica, viajaba mucho y nunca tuve muchos amigos. Algo debió de marcar. 

El tema es que pasaron los años y me asenté, conocí a cuatro personas maravillosas, de una de ellas me enamoré. Estas personas me hacían sentirme como en casa, eran mi familia, cada cena de sábado por la noche era como las de nochevieja, al menos esa era mi impresión. 

Un verano decidimos hacer el viaje como cada año, pero una urgencia de última hora me impidió ir con ellos, por lo que quedamos en que viajaría en tren al finalizar mi tarea. 

Ellos en la carretera se salieron de la curva y murieron dos, no puedo explicar esos momentos ni los posteriores. Porque seis meses más tarde se suicidó Marc y a los tres meses Laura, no pudo soportar la presión de la pérdida y se tiró al tren delante de mí una mañana. 

Caí, caí en un pozo tan profundo, que dejé de ser persona, perdí toda actividad tanto mecánica como mental, no podía pensar, pero el dolor era muy intenso, era un enorme agujero que me traspasaba el pecho y podía sentir el aire a través. 

Estuve ingresada durante mucho tiempo. Los médicos no sabían qué hacerme por lo que me mandaron a casa con una dosis elevada de morfina diaria de por vida hasta esperar la muerte por melancolía. 

Pasaron meses de los que no me acuerdo, sólo sé que un día amaneció antes de tiempo, o puede que fuera yo la que se adelantará al día, no puedo explicarlo mejor, es como si alguien en mi interior me despertara, me zarandeara y me dijera que tenía que volver, que allí no podía quedarme. Puedo hablaros de un camino y de muchas puertas, puedo contaros que sobre un pedestal había un libro azul y helado, y que al abrirlo estaba lleno de todas las fotos, imágenes donde fui feliz, estaban todos los momentos que compartí con ellos, pero hacía mucho frío, lo recuerdo porque temblaba y notaba como me castañeaban los dientes. 

Desperté de ese sueño, si se le puede llamar así, aquella mañana y después de saludar a mi madre, que fue la que se lo comió todo, y desayunar, busqué al mejor psiquiatra del mundo. Cogí un vuelo hasta Colonia, volví después de dos años de tratamiento. 

 Estoy bien, aunque sigo sin ganas de comer. (Luna de primavera)  



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