Por mucho que busco, soy
incapaz de encontrar ese instante preciso en el que convergemos, porque puede
que, aun habiendo ido a los confines de los jardines olvidados, habiéndonos
perdido en ellos, dábamos vueltas y vueltas, mientras los cigarrillos se consumían
en ceniceros de terracota y al retorno, sólo encontrábamos centenares de
colillas extintas.
He intentado decirte cómo va
todo, pero ha sido imposible, mi mensaje ha llegado tarde con respecto a tu
pregunta, por tanto, pienso que algo hay más allá de lo que podemos vislumbrar.
Bien sabes que no es la primera vez.
Las posibilidades de un
strike, siendo tan torpes como somos, es puro azar, y eso que un novio que tuve
se armó de paciencia para enseñarme a tirar la bola, yo le llamaba Bola Bolera,
cosa que le molestaba mucho porque era calvo completamente, y tenía una nariz
de esas que los agujeros quedan tan expuestos, que parecían hechos
explícitamente para meter los dedos. Lo que me enseñó, visto lo visto, no me
sirve de mucho. Porque tú sigues mareada y yo con mis problemas estomacales, y
eso que hemos intentado arreglar el tema ese de la prisión. Mal hábitat para
una compañía. A lo mejor luego queda en un simple arresto domiciliario, pero es
que son tantos fines de semana, que no sé yo, si los secretos que esconden las
persianas quedarán en el olvido tras la firma de un juez.
Así que hemos decidido en
este estado de desesperación, tirarnos en paracaídas, porque estamos bien
hartas y es lo más parecido a un sucedáneo de suicido que podemos simbolizar,
ya que nos va la vida mucho más que la muerte, es tan fría la condenada.
Es mejor quemarse que apagarse
lentamente y precisamos descargar emociones y nada mejor que tirarse desde un
helicóptero a una altura considerable y gritar como si fuésemos a morir al
tocar suelo.
No llegabas, y ya no tenía
más que ponerme encima para hacer que el tiempo no pasara bajo las hélices. Ya
tenía todos los chirimbolos que me habían dado, el arnés que parecía que me
faltaban piernas, lo mismo que cabeza, ya que no había casco que no bailara con
lo que queda de mis pensamientos. Tuve que conformarme con uno infantil. Dudaba
que un padre tuviera el deseo de empujar a un hijo desde tanta altura. Ahora,
habiéndote conocido en las esperas, en los fines de semana que vinieron, que
vendrán, o no, entiendo que tu reticencia al “sucedánico” suicidio es porque tu
padre ya tuvo la idea.
No acababas de llegar, y en
la pantalla de mi móvil no existía señal de porque no estás tan ridícula como
yo me siento. Es por eso que pensé que cuando no está tu alma, me conformo con
un cuerpo, que voy quitándome complejos y tonterías, y el arnés y el casco
piojero, y el mono, y los pantalones, y las bragas, y me visto sólo con el
instructor encima. Ya me dabas casi igual, y cuando iba a ponerse ese vestido,
resulta, que ya tenía puesto el de piloto.