Ahora vuelvo - Laura Mir




—Si todo el mundo, incluso mi madre, dice que estoy loca, tengo que rendirme a la evidencia de haber perdido el tornillo, la tuerca y la arandela, con la que se sujetaba la poca cordura que podía poseer. 

¿Qué cuándo empezó todo? Mire usted, la verdad es que no lo sé. Posiblemente fuese en el instante que empecé a sospechar que me engañaba o fuera en aquella primera siesta en la que sin saber cómo, lo encontré a mi lado y me zarandeaba con violencia porque yo estaba fregando los platos y él, con el tintineo de la porcelana de dos comensales, no podía conciliar el sueño, eso entendí entre su vocerío. 

Desde aquel día, velaba mientras dormía, sin osarme ni siquiera a respirar. Los recuerdos vienen y van, ya sabe cómo va eso, como a borbotones y me da en la nariz, que muchos de ellos no los he vivido, porque de otro modo no sabría decirle porqué aguanté tanto. Es como cuando recuesto la cabeza en el apoyabrazos del sofá para poder oír a los vecinos, sus idas y venidas, sus abrazos y discusiones. No quiero darme oídos. ¿Se dice así?

Aquel día, me sorprendí diciéndole, casi en la puerta:   Estoy cansada de vivir. Girando la llave para abrir, me miró y dijo: Ahora vuelvo. Y pasaron tres décadas, y no volvió. Allí me dejó, en mitad de la cocina, con el delantal rojo puesto y rodeada de silencio. Porque aquel día, hasta el grifo que siempre perdía, contuvo el resuello, ni goteó… Imposible de precisar cuánto tiempo estuve allí parada pensando en su vuelta y mi suicidio. 

Valorando las posibilidades de sobrevivir si me tiraba desde la terraza del octavo piso. Qué dejaba atrás, me giré mecánicamente y sólo pude vislumbrar momentos. Momentos y más momentos, profusos y aglutinados, muchos malos y alguno bueno que escasamente sobresalía de aquel tropel que comprendían el balance de casi una vida entera. 

Sonó el teléfono pero no lo cogí, era su madre. Al rato volvió a insistir. Suspiré y salí de mi ensimismamiento, decidida a morir. Al cruzar por el comedor hacia la azotea, me di cuenta de que no había recogido su plato, ni el vaso, ni el tenedor, ni el cuchillo, ni la botella de vino…  Me dio mucha rabia y decidí esperarlo. 

Esto y no otra cosa, fue lo que salvó mi vida. Como curiosidad, por si quiere anotarla en el historial, ya que veo por la cantidad que escribe que le pone mucho interés. Día tras día, me ensimismo y me paro en mitad de la cocina, en medio de ese momento donde me rodea el silencio. Como  escenificando aquel día, con  las mismas ideas suicidas vagabundeando, de aquí para allá, las observo como me merodean para boicotearme y entonces me doy cuenta a través del espejo del recibidor, donde me reflejo, que llevo el mismo delantal rojo, puesto.



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