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Caminaba sin prisa, recreándose en cada escaparate e imaginando que
algún día ella llevaría puesto uno de esos trajes, uno de esos blancos e
inmaculados, elegantes y con una gran caída. Sonreía para sus adentros y
los ojos se le iluminaban, centelleaban como si mil luciérnagas
habitaran en ellos, y en su rostro ya marcado por surcos de dolor, se le
dibujaban
mariposas.
mariposas.
Hacía un pormenorizado recuento de invitados, de flores, de
cubiertos y de los entrantes que pensaba ofrecer a todos sus allegados y
sonreía, con una sonrisa franca, sincera y llena de esperanza.
Mientras avanzaba por sus sueños, iba recorriendo todos los
establecimientos que iba a visitar para completar el día mas hermoso de
su vida, su sueño más ansiado...
Las flores... blancas, siempre había pensado que su ramo sería un
ramillete de azucenas y nardos. Entonces inhalaba como si pudiese
olerlas, como si el perfume le llegase a través del viento y entornaba
los párpados, confundiéndose con el aroma que la embriagaba.
Su alma flotaba entre nubes de algodón, entre paisajes de colores y
escenarios de ternura y pasión. Y continuaba caminando, por un camino
que no tenía fin, por aceras hechas de sentimientos, por puentes de
locura y fantasía, bordeando todo lo mezquino y esquivando el
sufrimiento y lo amargo de su día a día.
Ese era su sueño, el motivo por el que cada mañana se levantaba
llena de ilusión y de ganas, el motivo por el que dejaba el rencor en el
cajón de su mesita, colgaba su abatimiento en la percha más profunda de
su armario y se vestía con una falda de esperanza y una camisa de fe.
Pasaron los años y ella seguía caminando sin prisa, aunque cada vez
aligeraba más el paso, las horas corrían más energicamente y el cabello
se estaba poblando de canas. Al ver su reflejo en el escaparate, se
entristeció, apretó los puños y murmuró entre dientes, no va a pasar...
Estaba mayor, cada vez más cansada y enferma y más abatida. Sentía
que se le acababa el tiempo y ella quería su vestido y sus flores. Se
frenó en seco y decidió que lo haría.
Adornó su habitación, engalano cada una de las esquinas con flores
que colgaban acariciando su pelo, se dio un baño y se acicaló con mimo,
se maquillo suavemente y enredó sus rizos en un bonito moño. Se vistió
despacio, disfrutando cada centímetro de vestido que iba rozando su
piel y se calzó unos bonitos zapatos de tacón. Por último colocó el velo
cubriendo su rostro y prendió un pasador antiguo que su abuela le había
regalado para cuando contrajera matrimonio.
Se giró y se contempló en el espejo y no pudo contener la emoción.
Estaba radiante, una explosión de alegría brotaba por cada poro de su
piel y fue tanta la felicidad que su corazón enfermo no pudo soportarlo y
se quebró.
La encontraron al día siguiente tirada en el suelo con una inmensa
sonrisa dibujada en su rostro y algo parecido a una lágrima asomando por
su mejilla.
"Nuestro destino es un misterio y quizás el sentido de la vida no sea más que la búsqueda de ese sentido" . Rosa Montero