Las historias se empiezan siempre por el final Salvador Arnau

Yo empezaré por el principio. . .


El día que la conocí y rocé su mano por primera vez, un subidón de adrenalina me recorrió todo el cuerpo, de arriba abajo y de abajo arriba. Estoy casi convencido que ella sintió lo mismo. Un hombre sabe cuando lo abrazan de verdad, por amor o por atracción. Lo que sabe una mujer es mejor preguntárselo a ella.

Hacíamos el amor sin parar, muchas veces, como si en ello nos fuera la vida, después descubrí que aquel deseo irrefrenable no era otra cosa que pasión. Y aunque la pasión, a veces, puede acabar siendo una ruina, nuestro amor no se arruinó porque habían más cosas que la pasión en sí misma. 

El sonido de su voz endulzaba mi oído con sus palabras. Daba igual lo que dijeran, de qué hablaran  las palabras, parecía que el mismísimo cielo nos había abierto las puertas.

- Un día esto se acabará y no quedara nada más que tierra quemada - me comentaba con puro convencimiento - El amor tiene los días contados. 
- Cuando amo a alguien de verdad soy incapaz de imaginar el final, no seré yo el que abandone el camino - le contesté -.

Y pasaron uno, dos, tres y algunos años más y cuando estamos a menos de una cuarta del ombligo, un impulso irreprimible nos acerca hasta el abrazo, a querernos, a tocarnos, a mimarnos, a sentirnos.
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Y así nos sentimos, como si el final pudiera pasar en cualquier momento y darnos puerta. Pero ni llega ni ha de llegar. Mientras los dos sintamos la misma atracción, el mismo deseo, las mismas mariposas en el estómago, la misma coincidencia, este argumento no tendrá punto final sino tres puntos suspensivos... 




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