Pienso de su marido – Parte II – Aurea & Nora & Laura






La noche señalada, las tres amigas se presentaron en casa de Selomerece. El hombre nada más abrir la puerta, recibió una buena dosis de spray de pimienta. Lo empujaron al interior del apartamento. Entre las tres lo redujeron, ataron y amordazaron. Y esperaron en el salón a que llegara la madrugada que lo silencia todo, para introducirlo en el maletero del coche de Nora.

Lo  metieron en el ascensor y bajaron al parking del mismo edificio, mientras él forcejeaba para desatarse e intentaba chillar.

— No te esfuerces tanto — dijo Laura —. Nadie te oirá.

Cuando llegaron al garaje, Nora no había llegado todavía con el coche.

— ¿Dónde se ha metido Nora? Nos van a pillar —. Sentenció Minerva nerviosa.

—  ¡Calla, no seas aguafiestas! Este asunto lo zanjamos esta noche y no se entera ni dios, mujer de poca fe.

Finalmente comenzó a abrirse la puerta del aparcamiento, ambas amigas se miraron con miedo a ser descubiertas, pero al descubrir que era el coche de Nora, suspiraron aliviadas. Paró delante de ellas, bajó, abrió el maletero y entre las tres metieron al hombre en su interior. Laura volvió a subir al piso a depositar las llaves y el mando de la puerta automática, mientras las otras dos amigas la esperaban impacientes dentro del vehículo aparcado cerca del portal.

Nora condujo en la oscuridad de la noche hacia el polígono donde estaba su empresa de manufacturas de piensos para animales. Ninguna de ellas habló durante el trayecto.Cuando llegaron, apagaron las luces y esperaron unos minutos dentro del coche hasta cerciorarse de que nadie pululaba por allí.

Intentaron sacarlo del maletero pero el hombre se resistía, a lo que Laura le apuntó por detrás de la cabeza con la base del inhalador, el sujeto pensando que era un lanza bengalas, se sometió y él solito se dejó llevar hasta el borde del molino.

— Minerva, cuando lo metamos dentro tienes que darle al botón verde superior — dijo Nora.

— Sí hombre, para ser yo la asesina.

— Aquí de las tres no se salva una. Venga a la faena que mucho tiempo para esto no tengo, me espera el blog y los enlaces. Y este individuo no se merece tanto miramiento — apresuró Laura.

— Ya le doy yo — dijo Nora mientras pulsaba el botón verde y las aspas comenzaron a girar.

Se oyó un grito estremecedor que resonó en toda la nave.

— ¿Y ese ruido? — Preguntó Minerva temblando.

— Tranquila, de tanto en tanto, cae algún gato despistado — dijo Nora mientras observaba que apenas quedaban rastros del felino sobre las cuchillas.

— ¿No tendríamos que concederle un último deseo? —. Preguntó Minerva.

Laura impaciente le quitó bruscamente la mordaza a Selomerece, contestando a su amiga:

— No he visto cosa igual, mira que eres blanda…

— ¡Brujas! ¡Dejadme marchar! ¡Sois peores que la zorra de Margarita!

Laura, el oír esas palabras, la encolerizó y roja de ira, cogió impulso y lo empujó dentro, mientras decía:

— Ni últimas voluntades, ni leches.

Así fue como Selomerece, viajó lejos sin billete y procesado en pienso para perros de alto rendimiento. Y las tres amigas sin remordimientos y con la certeza de que habían impartido una justa justicia al margen de la ley, siguieron con sus vidas, como si aquella madrugada no hubiese pasado nada.


                       

                                       



+POPS