Cuántos oscuros secretos
escondes, tantos que hacen agujeros en tu conciencia, esos que nunca puedes
curar ni rellenar. Secretos que cuando cae la noche
te acechan en el camino de tus sueños para abalanzarse sobre ti como alimañas
hambrientas de carne de alma, está desgarrada, masticada y regurgitada por la
imposibilidad de ser.
Arrastrándote y tropezando
con lo que un día fue tu esperanza, algo te impulsa a seguir caminando, dejando
atrás jirones de piel escrita en sangre y pena negra, rastros que siguen las
pesadillas del horror hasta encontrarte para devorarte vivo, indiferente a tus
gritos de dolor.
No puedes escapar, estás a
merced de las garras que destrozan e hieren lo que queda de un amasijo de carne
sanguinolenta que un día llamaste cuerpo, así día tras día, noche tras noche,
como en un círculo del cual no encuentras la maldita e invisible salida.
Ves como todo se aleja
poco a poco y que por mucho que grites o supliques, nada detendrá el paso del
tiempo, ese que va llevándose consigo lo último de algo que un día llamaste
ilusión.
Por fin abres los ojos,
por desgracia nada ha cambiado, las pesadillas del día reemplazan a las de la
noche y todo vuelve a ser lo mismo, dando vueltas por un cuarto que te está sorbiendo la vida, sin puertas ni ventanas, como una celda acolchada en la que
puedes gritar o golpearte contra las paredes sin que nadie de fuera pueda
oírte.
Enterrado en una tumba
oscura y con la boca llena de tierra del sabor de la impotencia y del olvido.
Oyes como llegan y se están congregando a tu alrededor los monstruos ávidos y
hambrientos, esperando ser los suficientes para poder destrozarte y
desmenuzarte en cachitos de carne palpitante, en los cuales aún latirá algo que
se podría llamar vida.
Ya nada diferencia el día
de la noche, todo se mezcla de tal manera que ya no sabes dónde está la
realidad, sólo vives porque respiras muy a pesar tuyo; los minutos, horas y días
pasan, y todo sigue igual, has perdido la cordura, el último bastión de lucidez
se desmorona como un castillo de naipes. Todos ellos marcados por la fatalidad
y la mala suerte congénita que, parece haberte adoptado desde hace algún
tiempo, padres crueles e indiferentes del camina o revienta.
Ayer soñaste con un ángel,
hoy eres carne de horca y mañana serás plato en los banquetes de los demonios
de la noche diurna o viceversa, ya no disciernes el dónde, el cuándo, ni el
cómo, sólo vagas por los pasillos de servicio de algo que un día pudo ser una
vida y que se ha transformado en un limbo eterno, que sólo existe para ti y tu
memoria...Ya sólo eres cenizas de las sombras de un ayer.
Benjamín J.M
NOTA: Este personaje sobre
el que escribo, es mi antagonista, mi negativo y mi némesis. Solo vive en el
tercero de mis corazones y nunca ha visto la luz del sol, ni creo que llegue a
hacerlo nunca.