Dimensiones 2 - La zíngara - L. Mir & S. Arnau



Todo era bosque, mirasen donde mirasen, todo era bosque. Se cogieron de las manos con más miedo que ternura, ese miedo que invita a unirse para encontrar cuanto antes la salida. Se adentraron en la espesura en busca de algo que les resultara familiar, al principio caminaron a pasos pausados que acabaron por convertirse en una loca carrera que los agotó hasta dejarlos extenuados. Cuando pararon estaba anocheciendo.

Instintivamente, Andrea sacó el móvil de su bolsillo para intentar llamar a casa, pero estaba completamente descargado.

— Esto es muy raro, te prometo que estaba al cien por cien de batería y ahora mismo está totalmente muerto, es una inutilidad.

 — Por alguna razón que desconozco hemos desafiado las leyes físicas del tiempo y del espacio — dijo Marcos.

— ¡No me asustes! Mañana tengo examen de historia y si no me presento, seguro que repito y esta mi padre no me la perdona.

— Tranquila, encontraremos una salida.

El ocaso apagaba cada vez más la luz del radiante sol que habían tenido ese día y buscaron un refugio. Se acercaron hasta una cavidad en la roca que les hizo sentirse algo seguros dentro de toda la inseguridad que reinaba en los vacíos e incógnitos alrededores donde se hallaban. Cuando oyeron a una mujer con voz chillona decir:

— ¡Vaya vida que lleva una! Todo el día restregando y soleando en el río, de sol a sol, para que al caer la tarde te echen de espaldas en un matorral...

Asustados, se encogieron un poco más.

— ¡Zagales! ¿Qué hacéis ahí, escondidos como simples goliardos?

Al saberse descubiertos, Andrea y Marcos salieron turbados al encuentro de la gitana que les increpaba y al verlos no pudo dejar de exclamar:

— ¡Pero… pero si sois una criaturas! Válgame Dios, decidme. ¿Qué andáis haciendo por estos andurriales?

— Nos hemos perdido señora. ¿Podría ayudarnos?

— Qué educados parecéis, no sois de aquí, nada que ver con los mozuelos que corren por estos lares. Acercaos, acercaos un poco más para que pueda ver vuestros rostros.

La gitana los observó durante unos instantes y añadió:

— Ahora mismo os venís conmigo, seguro que estáis muertos de hambre, mientras me contáis todo, me da a mí, y nunca me equivoco. El don lo heredé de mi abuela, que dios la tenga en su gloria, era una santa, donde las haya.

Los chicos se dispusieron a seguirla pero de pronto se paró y les dijo:

— Seguro que lleváis alguna canción o poema escrito por ahí para recrearnos la noche.

— ¿Una canción, señora?

— ¡Señora! ¿Señora yo? Me habéis mirado demasiado bien … ¿Acaso no sois goliardos, entonces quiénes sois?

— ¿Goliardos?

 — Sí, vagabundos y pícaros hambrientos de romances y mala vida, cualquier cosa mejor que trabajar. Mímimo esfuerzo y máximo rendimiento, anda que no, que se os ve el plumero chicos.

— No señora, somos Andrea y Marcos, estudiantes. Estábamos paseando por el laberinto de un parque, en nuestra ciudad, y algo extraño nos pasó.

— Seguro, aquí cerca no hay escuelas. Bueno, vamos al campamento —murmuró la gitana mientras retomaba la marcha —. Después de cenar, según lo que me contéis os leo la buenaventura, este don lo heredé de mi abuela que en gloria esté, era una santa, donde las haya. Anda, cogedme la ropa, que una ya no tiene el cuerpo para tanto peso.

Andrea, Marcos y la zíngara emprendieron camino hacia el campamento cargados con los bultos.

— ¿Has visto la preciosa luna llena? Es extraña — señaló Andrea mientras quedaba retrasada con respecto a sus compañeros.

— No os separéis de mí y aligerad, a este paso vamos a llegar pasado mañana  insistió la gitana.

La zíngara y Marcos se adelantaban hablando de esto y de lo otro, todo banalidades, cuando de pronto escucharon un grito de Andrea. Ambos se dieron la vuelta a la vez. Marcos, como un loco, escudriñó por los matorrales de ambos lados del camino que habían recorrido recientemente. Desesperado, al no encontrarla por ninguna parte, buscó una explicación en la mirada de la zíngara y la vio sentada encima de una piedra al borde del camino con cara de sorpresa, lo miró y se encogió de hombros.

 — !Andrea… Andrea… Andrea! — La llamaron al unísono sin obtener respuesta.

Andrea había desaparecido, mientras una viscosidad negra y fría lo cubría todo desde su lugar vacío.








Laura Mir     

                                                 Salvador Arnau + > 



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