El mejor regalo - Sophie K.


Un día, como gracia divina, recibí un regalo, no se leía el nombre de quién lo había enviado. No sentí deseos de abrirlo y lo lancé a un oscuro rincón. Aunque me llegaba la curiosidad y me vencía el miedo, a veces veía como salían de él suaves destellos. Eran hilos de luz que formaban un arcoíris, pensaba que mis ojos me engañaban, que me estaban jugando una mala pasada. 

Una madrugada desperté y como ya no podía dormir, fui hasta el rincón y, venciendo el miedo, tomé en mis manos tan extraño regalo, rasgué su envoltura, debajo de esta había otra que tenía un ligero brillo. Me atrapó tanto que no quise seguir y ahí la dejé. Pasaban los días y por fin creía estar segura, el regalo irradiaba luz, a veces intensa y otras algo apagada.

No le conté a nadie lo que me estaba pasando, pero ese regalo trastornaba mi vida, mucho, tanto que ya, si no veía su luz, la extrañaba, lo tomaba entre mis manos, lo acercaba a mis oídos, sentía como si me hablara. El papel se fue gastando, él solo se desgarró, y entonces pude ver una hermosa caja, brillaba como si miles de estrellas estuvieran adheridas a ella. 

La toqué suavemente con mis dedos, disfrutaba de su resplandor pero no quise abrirla, algo me decía que no, que todavía no era el momento. Al cabo de unos días, la vi abrirse, pude ver su contenido, era tan extraño: dolor, rabia, tormentas, amarguras, sombras y lágrimas. 

Todo eso salió de la caja. Mi corazón se encogió, no era posible que tanta luz guardara tanta tristeza; aleteando con mis manos y soplando con mis labios intentaba alejar esos quebrantos, me esforzaba, se lo debía a mi regalo, él me dio mucho aun sin yo saber lo que llevaba dentro, pero era difícil separar todo aquello.

Parecía que tuviera raíces, bien profundas, en sus paredes, y se esparcía por todas partes. Yo luchaba contra ellas, no perdía la esperanza; cada día seguía igual que el anterior, mas mi corazón me decía que esperara, que eran nubes negras y que un día se irían... y así fue. 

Estaba observando la caja y de repente salió un rayo de ella, traía con él el sonido de una risa, se oía lejana pero era dulce y clara, también llegaba lluvia y viento que alejaba las penas. Y la lluvia mojaba la sequedad y después llegó una luz, acompañada de un agradable calor, como si la luna y el sol se juntaran. De la tierra brotaron flores, llenas de olor y color, y así fue como, con sus grandes y blancas alas, un ángel apareció de la nada, lo supe en ese mismo instante… ese ángel se llamaba “Florenti”.

No era un ángel como el de los cuentos, era un hombre de carne y hueso, venía cargado de cosas, traía virtudes y defectos, eso hacía de él, simplemente, un ángel perfecto. 


 Sophie K.



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