María - Beatriz Cáceres

FOTO. BEATRIZ CÁCERES.
RED.
Así como estaba, sentada a los pies de su cama María observa sus manos.

Pequeñas, curtidas por un escultor que sin pausa cincela a través de un haz difícil de captar. El tiempo.

Cruzadas sobre su regazo simulan dos alas de gaviota que agotadas de batir a su propio cuerpo reposan resignadas.

Algo en su interior se remueve. No consigue reconocer la habitación, por unos segundos el vacío llena su interior. Tras un leve parpadeo, como queriendo recuperar algo, el color se abre paso en el abismo.

Nerviosa se pone de pie. Hoy es sábado y hay mucho trabajo que hacer. Ha dormido poco, muy poco. Se ha pasado la noche tejiendo entre sus dedos crestas blancas de espuma en forma de red. No es princesa pero nudo tras nudo conforma la corona.

Rápidamente se abrocha la falda. Introduce sus pies en las gastadas alpargatas y empieza a recorrer el pasillo mientras enlaza su pelo de color miel en un moño. No hay tiempo para más.

Al abrir la puerta una suave brisa le acaricia la cara. Las calles intentan despertar del letargo nocturno sin prisa bajo un cielo plomizo.

María camina rápido, sostiene con decisión la red entre sus brazos. No es capaz ni siquiera de sentir su peso.

En su mente tan sólo una idea, dinero. Necesita cobrar para que puedan comer sus hijos.

Sus pasos son leves, tanto que casi no rozan el suelo. Y éste, entre las luces y las sombras del amanecer, se eleva en una mezcla de tierra polvo y arena queriendo acariciarle los tobillos.

Al girar la esquina se sorprende porque no hay ninguna mujer haciendo cola delante de la puerta del almacén. En su lugar, está el dueño apoyado sobre el lateral de la puerta fumando un cigarrillo.

-Buenos días, ¿no ha llegado nadie todavía? - pregunta un poco sorprendida.

-No, hoy no va a venir nadie. Pero pasa... - con un gesto le indica que pase al interior.

Él tira el cigarrillo al suelo y cierra el portón.

María parpadea para intentar acostumbrarse a la penumbra. El almacén se despliega ante ella lleno de sombras.

En ese momento él le coge el brazo con fuerza y la atrae hacia su cuerpo. Al hacer este movimiento la red se cae al suelo como un plomo por su propio peso.

-Hoy no te voy a pagar por eso…- dice esto a la vez que le abre la blusa tirando de ella.

Por un segundo, María desea morir al sentir su respiración recorriéndole el cuello.

Antonio, en medio del mar, nunca fue consciente de este momento. Ni siquiera al mirar a los ojos a su pequeño Juan. Murió sin saber que no era su hijo.

Y pasó la vida hasta hoy…

María se debate a intervalos entre la realidad y el vacío. Allí sentada, a los pies de su cama siente como si se bebiera el tiempo. A pequeños sorbos respira, parpadea. Desea recuperar el color de sus recuerdos.

+POPS