Rosa y yo no somos hermanas de sangre pero como si lo
fuéramos. Había confianza suficiente para resolver todos los conflictos sin
tapujos, directas al grano.
Llevábamos varios días en la isla, cuando conocimos a
unos chicos que nos invitaron a una fiesta. Rosa era muy buena relaciones
públicas, tenía un don especial para calar el fondo de las personas.
Al llegar, nos acercamos al bufet rodeado de gente y fue
cuando mis ojos se cruzaron con los de Miguel.
Me acerqué y él inició una conversación banal sobre las
viandas, el tiempo y la gente. Al final me sorprendió diciendo:
— ¿Te apetece salir mañana? Estaría encantado. Te
recogería sobre las cinco.
— ¿Por qué no?
Asentí. Al terminar la fiesta todo el mundo volvió a casa
y nosotras al hotel.
Al día siguiente estaba muy nerviosa. Miguel me había
impresionado y quería a mi vez impresionar, me engalané mucho.
Llegué pronto y él ya estaba allí, asombroso, sobre una
Harley imponente.
— Hola. ¿Hace mucho que esperas?
— No. Sólo dos minutos. ¿Vamos?
— Sí— dije mientras subía a la moto.
Fuimos a un parque de piedras, las colecciono, y recogí
varias de ellas. Más tarde llegamos hasta un lago de ensueño. Le pedí que me
ayudara a subir a una roca para hacer una foto, y al bajar, quedamos frente a frente,
a dos cuartas de nuestros ombligos. El roce me produjo un estremecimiento por
todo el cuerpo, reaccioné separándome de él, como si lo más importante fueran
las instantáneas.
De regreso, paramos en un bar y después me acompañó al
hotel. Todo un caballero.
Antes de marchar, dijo:
— Esta noche unos amigos celebran un aniversario sobre
las diez. ¿Te apetecería venir?
— Sí, claro, dame la dirección. Iré con Rosa.
Llegamos, la casa estaba abarrotada, salimos dirigiéndonos
a la piscina, con tan mala fortuna, que cerca del borde, resbalé y caí al agua.
No sabía nadar y casi me ahogo. Un chico se zambulló para ayudarme, era Miguel.
Me torcí la muñeca y fue a buscar una venda de contención
para menguar el dolor. Pasé el rato incómoda, tenía ganas de marchar.
— ¿Ya os vais? Si queréis podéis acomodaros en la casa,
es grande y a ti te irá bien descansar un rato.
Rosa me hizo un guiño y volvió sola al hotel.
Confié en él, subimos hasta una de las habitaciones. Me
trajo un analgésico y se quedó conmigo hasta que me dormí. Notaba entre sueños
que me besaba en la mejilla, murmurando:
— Ya verás princesa, te pondrás bien.
Al día siguiente, me encontraba mejor y Rosa vino a
buscarme.
Su recuerdo permanecía en mi mente.
Por la tarde vino a verme al hotel, no terminaba de
encontrarme bien y quedamos para la jornada siguiente en dar una vuelta con la
Harley.
Me recogió y disfrutamos cada instante del aire, de la
vida, de los paseos hasta el mar, de nuestras presencias... Era tan dichosa
junto a él que no echaba absolutamente nada en falta.
Era consciente que al día siguiente volvía a mi hogar, a
muchos kilómetros de distancia. Pensé que era mejor quemarse que apagarse lentamente
en la nostalgia, así que aproveché cada momento que compartimos.
Dos horas antes de la despedida, ya esperaba en el
aeropuerto.
Mientras nos perdíamos para abrazarnos y besarnos como si
el mundo fuera a terminar en ese momento. Rosa se hacía la loca.
A punto de embarcar, me giré e hice simbólicamente, como
si me arrancara de cuajo el corazón y se lo lancé para que lo cuidara hasta el
próximo encuentro, que ambos anhelábamos se repitiera más pronto que tarde.
Para el concurso "Fraseletreando"