Nuestro encuentro - Nancy Navarro


Rosa y yo no somos hermanas de sangre pero como si lo fuéramos. Había confianza suficiente para resolver todos los conflictos sin tapujos, directas al grano.

Llevábamos varios días en la isla, cuando conocimos a unos chicos que nos invitaron a una fiesta. Rosa era muy buena relaciones públicas, tenía un don especial para calar el fondo de las personas.

Al llegar, nos acercamos al bufet rodeado de gente y fue cuando mis ojos se cruzaron con los de Miguel.

Me acerqué y él inició una conversación banal sobre las viandas, el tiempo y la gente. Al final me sorprendió diciendo:

— ¿Te apetece salir mañana? Estaría encantado. Te recogería sobre las cinco.

— ¿Por qué no?

Asentí. Al terminar la fiesta todo el mundo volvió a casa y nosotras al hotel.

Al día siguiente estaba muy nerviosa. Miguel me había impresionado y quería a mi vez impresionar, me engalané mucho.

Llegué pronto y él ya estaba allí, asombroso, sobre una Harley imponente.

— Hola. ¿Hace mucho que esperas?

— No. Sólo dos minutos. ¿Vamos?

— Sí— dije mientras subía a la moto.

Fuimos a un parque de piedras, las colecciono, y recogí varias de ellas. Más tarde llegamos hasta un lago de ensueño. Le pedí que me ayudara a subir a una roca para hacer una foto, y al bajar, quedamos frente a frente, a dos cuartas de nuestros ombligos. El roce me produjo un estremecimiento por todo el cuerpo, reaccioné separándome de él, como si lo más importante fueran las instantáneas.

De regreso, paramos en un bar y después me acompañó al hotel. Todo un caballero.

Antes de marchar, dijo:

— Esta noche unos amigos celebran un aniversario sobre las diez. ¿Te apetecería venir?

— Sí, claro, dame la dirección. Iré con Rosa.

Llegamos, la casa estaba abarrotada, salimos dirigiéndonos a la piscina, con tan mala fortuna, que cerca del borde, resbalé y caí al agua. No sabía nadar y casi me ahogo. Un chico se zambulló para ayudarme, era Miguel.

Me torcí la muñeca y fue a buscar una venda de contención para menguar el dolor. Pasé el rato incómoda, tenía ganas de marchar.

— ¿Ya os vais? Si queréis podéis acomodaros en la casa, es grande y a ti te irá bien descansar un rato.

Rosa me hizo un guiño y volvió sola al hotel.

Confié en él, subimos hasta una de las habitaciones. Me trajo un analgésico y se quedó conmigo hasta que me dormí. Notaba entre sueños que me besaba en la mejilla, murmurando:

— Ya verás princesa, te pondrás bien.

Al día siguiente, me encontraba mejor y Rosa vino a buscarme.

Su recuerdo permanecía en mi mente.

Por la tarde vino a verme al hotel, no terminaba de encontrarme bien y quedamos para la jornada siguiente en dar una vuelta con la Harley.

Me recogió y disfrutamos cada instante del aire, de la vida, de los paseos hasta el mar, de nuestras presencias... Era tan dichosa junto a él que no echaba absolutamente nada en falta.

Era consciente que al día siguiente volvía a mi hogar, a muchos kilómetros de distancia. Pensé que era mejor quemarse que apagarse lentamente en la nostalgia, así que aproveché cada momento que compartimos.

Dos horas antes de la despedida, ya esperaba en el aeropuerto.

Mientras nos perdíamos para abrazarnos y besarnos como si el mundo fuera a terminar en ese momento. Rosa se hacía la loca.

A punto de embarcar, me giré e hice simbólicamente, como si me arrancara de cuajo el corazón y se lo lancé para que lo cuidara hasta el próximo encuentro, que ambos anhelábamos se repitiera más pronto que tarde.



Para el concurso "Fraseletreando"


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