El enigma de una mujer 2 - Segundo encuentro - Laura Mir & Eva Figueroa & Salvador Arnau


Aquella noche, confieso que lo pasé muy mal, intenté encontrar por internet la forma de aquel medallón, así que me dio por buscar imágenes e imágenes en internet hasta que pude descubrir que era celta, pero el sueño me venció y caí rendido sobre el teclado.

Me vi corriendo sin parar por el bosque, varias veces se me desataron las extrañas zapatas, me agaché a atarlas, mientras me perseguían. La respiración era angustiosa y desperté varias veces sobresaltado.

Al día siguiente inquieto y a la misma hora, volví a mirar por la ventana para ver si por uno de esos casuales, ella estaba ahí de nuevo. Y cuál fue mi sorpresa al observar que un poco antes de las doce del mediodía, ella se acercaba hasta el mismo lugar que había ocupado el día anterior, con la misma pamela y los mismos andares elegantes.

Sin pensarlo, bajé y me dispuse a reencontrarme con ella. Habíamos tenido un primer contacto personal y el segundo no iba a ser más difícil que el primero. Era como si lloviera sobre mojado. Eso es lo que interpretaba mi mente.

Cuando llegué hasta su mesa, me quedé plantado delante de ella, sin saber qué decir.

 Hola, caballero. Ayer se olvidó decirme cuál era su nombre. 

Sonreí como un bobo, mientras le contestaba:

 Tampoco me dijo usted cuál era el suyo, y reconozco que estuve jugando a adivinarlo toda la noche: María, Rosa, Eva, Nancy, Laura, Pilar… un montón de nombres viajaron por mi mente, pero enseguida me di cuenta de que si no volvía a verla, no podría preguntar y me quedaría con esa incógnita durante el resto de mi vida.

 Mi nombre es Alba, suena a amanecer, pero trasnocho más de lo que debiera. Siéntese y seguimos donde lo dejamos ayer. El mundo es un mar de casualidades, y al parecer, esta vez, nos ha tocado a nosotros casualizar.

 Yo me llamo Alfonso   añadió mientras se sentaba en la misma mesa que Alba había ocupado. ¿Le importa si nos tuteamos?

El silencio desapareció y la conversación no paraba de fluir entre los dos. Al parecer habían llegado a un punto de entendimiento inimaginable para ambos. Mientras uno hablaba el otro sabía escuchar y viceversa. Se tomaban el tiempo necesario para contestar a cada pregunta, a cada gesto, a cada mirada.

Algo había que los unía y ni siquiera se cuestionaban el por qué, simplemente porque todo parecía estar en su sitio sin premeditación, sin haberlo preparado, era algo casi genuino…

¿Será verdad?  me preguntaba mientras la miraba, la escuchaba, la absorbía. ¿Será verdad eso que recuerdo haber leído sobre la otra mitad de nuestra alma que se nos ha perdido por ahí, en alguna parte?

¿Será esto quizás el inicio de una historia, de nuestra historia?

De pronto noté un repentino dolor de cabeza. Estaba seguro. Eran mis pensamientos pateando mi cerebro, quejándose y burlándose de mí, sabiendo que estaba a punto de caer en lo que de tantas veces me había burlado.

Noté como intentaban sabotearme, convertidos en tijeras que se clavaban en mis sienes, intentando cortar el hilo invisible que unía nuestras miradas. Pero era imposible. Había algo… algo más.

Tenía la impresión de que era demasiado tarde para dar marcha atrás. Y entonces le propuse vernos al día siguiente para poder seguir hablando…

 No sé si podré mañana,  me contestó mientras se levantaba despidiéndose  es mejor no condicionar nada, así todo funciona mejor.

 Bien,  contesté tímidamente  si no puede ser mañana tal vez sea pasado, el caso es que, sinceramente,  me apetece mucho seguir conversando contigo, Alba.

 A mí también, Alfonso, pero ahora tengo que irme. Nos vemos en otra ocasión, si te parece bien, dejemos que todo fluya libremente, sin presiones. — me dijo mientras se alejaba con su encantadora pamela que enmarcaba su espléndida figura.

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