La última solución - Violeta Evori




He decidido que ya no aguanto más, las fuerzas empiezan a abandonarme y no quiero flaquear, es lo último que deseo.

Seis meses sin ella, otros tantos sin mis hijos, me ahogo  en esta casa donde sólo habitamos mis fantasmas y yo, ellos  me hablan, quieren consolarme… ¿Consolarme a mí? ¡No estoy para consuelos!

Cuando tuve la edad correspondiente, con mucho esfuerzo estudié una  carrera, de la que estaba seguro que iba a sacar gran provecho, desde luego ignoraba que en poco tiempo por mi cabeza rondarían otros planes.

Un buen día paseando por las calles, esas en las que nada bueno puede ocurrir, me ofrecieron lo que andaba buscando, acepté sin dudarlo, se me presentaba  la oportunidad que sólo pasa una vez en la vida y tenía que agarrarme a ella, sí o sí. Pero no estaba preparado y no lo supe gestionar, hubo un tiempo en que lo tuve todo, fue tanto,  que mi entorno  se hacía pequeño para lo que yo quería y podía derrochar.

Me convirtieron en un boxeador profesional,  de los buenos, con ello conseguí  fama, dinero y mujeres, me gustaban  todas; menos la que elegí cuando aún no había tocado el cielo con mis puños.  Además la riqueza venía  adobada con todo  lo malo que a veces suele acompañar a “profesiones” donde el dinero corre como la pólvora. El humo se me subió a la cabeza, me creía el amo del mundo, incluyendo, como no,  a las personas que me querían  y que debían bailar al ritmo que les tocaba cuando me daba la gana.

Ella nunca sabía cuando iba a regresar de una de mis prolongadas ausencias,  después de pelear en algún  combate, casi siempre amañado, por el que me daban cantidades inmensas de un dinero, que ahora veo sucio, pero que en aquellos momentos era mi deseo más ansiado y conseguido.

Sí, me olvidé de los propósitos que me había hecho: una buena mujer con la que tener hijos y hacerlos felices, ganar lo suficiente como para que mis padres pudieran vivir holgadamente cuando fueran mayores, una gran casa. Todo lo tuve… ¡Pero a qué precio!

Al final cansados de mis despotismos y malos tratos se han ido alejando, ya ni siquiera tengo amigos, ni me bailan alrededor todos aquellos moscones que me sacaban lo que querían cuando estaba borracho o drogado, que era casi siempre.

Pero  todavía sigo aquí muy a mi pesar. Si tuviera a quien contarle cómo me siento, lo haría, abriría en canal mi corazón, si es que aún existe — a veces ya ni lo siento —  y lo pondría en sus manos para que con su calor lo hiciera palpitar de nuevo, pero estoy perdido en esta especie de tubo en el que se ha convertido el que un día fuera el hogar de mis sueños, en el que me estoy ahogando poco a poco y del que no quiero salir para no hacer más daño. Nada me consuela, sólo consigo un poco de paz observando los tatuajes que llevo en los brazos, donde hace mucho tiempo, me grabaron los nombres de mis padres y de mis hijos, lo único mío de verdad.

Porque no quiero seguir aquí y sólo me queda una huida, he encendido el último cigarrillo, he tapiado la única puerta por la que podría salir, y he cerrado los ojos para esperar que la falta de oxígeno acabe con mi dolor.

Violeta Evori +>                

               

+POPS