El otra día, hice trampas en el ajedrez, cambié de lugar la reina por un alfil y mi rival, mi imaginado amor, hizo como si no se percatara. Seguí jugando, ingenuamente, como si nada hubiera pasado. Venecia quedaba muy lejos para encontrarnos, así que le propuse el Parque Güell de Barcelona para la siguiente tirada. La cruz fue el lugar clave para sentarnos, sacar el tablero y seguir jugando.
Llegó en un Alfalfa de color rojo, de los antiguos, de los de antes, los auténticos. Yo, como vivo a doscientos metros de allí, dejé mi Panamera de segunda mano en el garaje para que no lo viera. No quería que confundiera mi coche con mi "yo".
Su aspecto, al verla, comparado con las fotos que me había enviado por Internet, me impresionaron. Tenía diez años más que yo, y eso imponía respeto. Caminamos juntos charlando de esto y de lo otro, siguiendo el camino que habíamos marcado para iniciar el desenlace final.
Su voz, sí su voz, el tono de su hablar, su forma de caminar, sus gestos, sus miradas frontalmente indiscretas en el diálogo... todo un potencial para enarbolar a cualquiera y amedrantar como la que no quiere la cosa.
El trasfondo de sus palabras, sus indirectas y metáforas, su gentil apariencia... ¿qué más os puedo contar? Una mujer de los pies a la cabeza, de arriba abajo y de abajo arriba. Su sensibilidad a la hora de responder a mis rebuscadas preguntas, no tenían para mí parangón con lo que había conocido hasta la fecha.
Llegó un momento en el que perdí el norte y, anonadado, empecé a decir bobadas, del estilo:
— No se lo digas a mamá.
— ¿Cuál es el secreto que hay que guardar, me tomas por idiota, por boba, por tonta...? — cuestionó ella.
— ¿A qué te refieres?, no te entiendo.
— Eres... cómo decírtelo sin que te ofendas... ¿un mentirosillo?
— ¿Yo?, no sé de qué me estás hablando.
— No te preocupes, seguiremos la partida tal y como la planteaste. No importa quién gane, lo importante es quién goza más con todo esto.
— Ahora sí que estoy perdido del todo - dije instintivamente, con cara de fuera de juego.
— Ja, ja, ja... Vale tío, venga, vamos a sacar las fichas del tablero y a seguir lo que hemos empezado hasta que lo terminemos.
Llegamos a la cruz, saqué el tablero, coloqué todas las piezas tal como debían estar y ella se quedó pensando durante media hora, mirándome cada cinco minutos a la cara y sonriendo... hasta que movió ficha.
— Jaque mate - dijo sin dudar.
Estuve más de una hora cuestionándome su jaque hasta que respondí:
— Has ganado, no lo volveré a hacer más... pero, por favor, no se lo digas a mamá.
Se levantó, se acercó a mí, me dio un beso en la frente y se dispuso a darse el piro lentamente mientras se giraba cada diez metros, regalándome una sonrisa. Sabía perfectamente que había perdido la partida pero no la oportunidad de volver a empezar una nueva jugada, con ella...