Estaba enamorado de ella hasta la médula desde el primer día en que sus ojos se cruzaron, pero tuvo que esperar el momento oportuno para pedirle sutilmente una salida juntos y solos, al margen de los amigos comunes con los que se encontraban a diario. Ese ansiado día había llegado.
Pasearon por el parque y hablaron de muchas cosas, con muchas ganas y alejados de la presión del tiempo. La conversación que mantenían se hacía cada vez más agradable aunque lo de menos era de qué hablaban, sus miradas les bastaban, todo lo demás, sencillamente, sobraba.
Los cantos de los pájaros eran música de Mozart en vivo, el olor de los pinos los perfumaba de naturaleza y de vida, el multicolorido paisaje ambientado por plantas y flores les regalaba el mejor de todos los decorados; qué más le podían pedir a la existencia.
En mitad de una frase, de una ilógica y embriagada conversación de dos adolescentes, Marcos tomó suavemente la mano de Andrea y sintió que los ángeles estaban con él cuando ella respondió con un impulsivo abrazo que, aunque duró escasos segundos, pareció una eternidad.
Cogidos de la mano, andaron y desandaron por todo el laberinto que había en centro del parque, deseando no encontrar nunca la salida y morir con aquella sensación tan hermosa de sentirse dichosamente felices.
El deseo de no separarse creaba una fuerza mayor a la presión que ejercía el tiempo mientras se deslizaba incesante por las saetas del reloj, sus corazones sabían que querían y debían estar juntos, mientras el laberinto de cipreses, con sus revueltas, corredores, muretes y paredes los envolvía, ocultándolos de las miradas de otros paseantes.
El arco central de aquel gran entramado era de piedra, la clave superior era una pieza arqueológica encontrada en una villa romana años atrás. El ayuntamiento no sabía dónde ponerla, el museo de la ciudad estaba en obras de ampliación por aquellas fechas y finalmente, el concejal de obras públicas después de debatir con sus consejeros, decidieron darle un lugar en aquel parque y construyeron un arco para colocarla.
La clave tenía unas iniciales inscritas T·L·S “Terra Levis Sit -Que la tierra sea ligera”, que el devenir de los años no habían borrado, además de la peculiaridad de acumular y crear campos energéticos con la suficiente potencia como para abrir brechas a otras dimensiones en unos días y horas muy concretos del calendario. Hoy era uno de esos días y ellos lo ignoraban.
Lo cruzaron y nada percibieron, simplemente sintieron un estruendoso sonido por unos breves instantes que los ensordeció, se miraron y sonrieron pensando que venía del exterior. Una vez acallada, la impresión era que nada había cambiado. Ambos siguieron avanzando como si tal cosa, hasta cruzar el portal de salida del laberinto.
Un pasaje distinto los envolvió, el parque se había transformado en un frondoso bosque.
- Esto antes no estaba aquí, lo rodeamos para iniciar el recorrido por donde las escaleras y recuerdo perfectamente que pasamos y era pavimento enlosado. Andrea, tenemos que volver al laberinto y regresar por donde hemos venido, esto se sale de lo habitual.
Andrea, miró asustada el paisaje, temblaba, se cogió con fuerza al brazo de Marcos para sentir que ese momento era real, se miraron. Y al girarse para entrar en el laberinto, este había desaparecido.