Seguían ascendiendo, hasta sentir otras hambres de otros estómagos que ya se habían saciado, pero que le dejaba aún insatisfecho. Sentía como seguían subiendo, convirtiéndose en vibraciones, agitando las grietas debajo de las cuales se ocultaba su piel, y finalmente buscaban un espacio detrás del corazón, apretándose, vibración detrás de vibración, vibración al lado de vibración, vibrando al unísono con cada vibración imperceptible de un simple latido.
Cuando pisó cada huella que había marcada en los pasajes del suelo llegó al borde del mundo, al final, mirando un infinito que mostraba un único rayo perdido del sol. Todo era oscuro, incoherente, era como una antigua pizarra en la que nunca nadie había escrito. Faltaban las letras, los números, le faltaba el significado, no se encontraba el eco de una sabiduría repetida. Una pequeña luz en forma de ilusión que iba formando un arco para soportar toda la oscuridad era la única pequeña comprensión que se construía.
Rotó en sentido contrario al planeta, invirtiendo cada sentido, dejando el norte en el sur, y el sur encarado al norte, virando la polaridad, dejando de atraer un polo opuesto, dejando de repeler un mismo polo del mismo signo. El final dejó de ser el final, para convertirse en el principio. El único rayo dejó escapar un poco del arco, un poco de sí, y fue a encontrarse con él, que se mostró opaco. Era como un minuto queriendo caber en un segundo, y del todo el tiempo sobrante se formó una sombra, que fue delineando con su vista, intentado descubrir si existía una línea que le dijese qué era luz y qué era no luz.
Ese único rayo que era como si un minuto quisiera caber en un segundo, iba calentando su nuca, al igual que la parte de atrás de sus orejas que percibían un silencio frío para irlo calentando. Dentro de sí el silencio se sentía a gusto, como si hubiera un tejado de paja para cobijarlo, pero aquella alma necesitaba música que la convirtiera en una partitura para interpretarla, porque sabía que en el silencio sólo se desvivía. Así que cogía el pentagrama de una interpretación imaginaria, y hacía un arco para que el silencio fuera una flecha y saliera abriéndose paso entre el aliento, con la suficiente puntería de no clavarse en las cuerdas vocales, ni sembrarse en la lengua, para hacerse allí fuerte impidiendo que los sonidos se labraran.
En un punto de la línea que no sabía decirle qué era luz o qué no luz, un brote intentaba bailar para sacudirse la no luz. Necesitaba que el rayo que escapaba se tropezara con ella, para que le fuera calentando una parte, aunque la otra quedase aún fría. El hombre que se desvivía por vivir, se acercó, sin preocuparse por las huellas que estaban como alfombras en el suelo, porque de ellas ya tenía la presión. Clavó sus rodillas, dejando a la planta en no luz y bebió de ella. Aspiró fuerte, muy fuerte, para poder arrastrar todo lo que había en la primera hoja, y en la segunda, que también era la última, o quizá la primera, porque hay algún orden que nadie se molesta en ordenar, para que arrastrase todo lo que cabía en un tallo que no había conseguido serlo todavía, y con suficiente fuerza para que las raíces absorbieran los pensamientos que aun seguían enterrados. Los pensamientos que se encargaron de remover la tierra, de crear cicatrices para nueva vida, para que fuera arrancada, para dar fuerza para hacer nuevos pensamientos y nuevas cicatrices. Aspiró fuerte, hasta que las raíces parecían que se introducían unas dentro de otras, hasta que cada grano de arena llamó a cada raíz para ver la fuerza que hacía que se arrastrasen. Al igual que las hambres de otros estómagos, los pensamientos no consiguieron que se desviviera de desvivirse.
Volvió al borde del mundo, al final que puede que sólo fuese el principio. Contempló el rayo de luz, y de algún pensamiento que absorbió, pensó que ese rayo tenía que tener un principio, que quizá era un principio, o un final, de todo, donde todo, o nada se encontraba concentrado. Pudiera ser, que todo no ocupara nada, que pudiera ser que un kilómetro pudiera guardarse en un centímetro, de igual forma que un minuto no puede guardarse en un segundo. Puede que allí se encontrase cada pregunta, y cada respuesta, cada duda, y cada explicación, cada página en blanco y cada página escrita, cada música escuchada y cada nota por oír, cada estrella que marca el camino, cada camino que se esconde detrás de una estrella.
Entre las cosas que hacían que no se desviviese por vivir, cogió el miedo, que era un lastre para el viaje. Con él hizo una cuna, y adormeció en ella sus secretos. No quería verlos crecer, ni sentir como se hacían grandes, devorándole por dentro, donde pudieran hacer un tejado de paja para los silencios. Sabía que podían guardarse en las entrañas, donde arañaban, en el pecho, donde golpeaban, en la cabeza donde se discutían, en las piernas, donde se convertían en muletas cojas y como no, en la boca, donde escapaban. Pero fuera como fuera vivir sin poder compartir le desvivía, y no sería posible desvivirse por compartir.
Aspiró con fuerza haciendo que los silencios, que eran flechas, no pudieran abrirse paso entre el aliento y esquivaron la lengua, donde no se sembraron ni se clavaron en las cuerdas vocales. Se precipitaron por la húmeda tráquea, y seguían sin tener un tejado de paja ni un alma que les quisieran. Se clavaron, en cada silencio, en las vibraciones que fueron presiones de otros. Se iban clavando en una vibración, y en la vibración que estaba al lado de esta vibración, y en la vibración que estaba detrás de una vibración, haciendo que se vibrase al unísono, haciendo que la vibración de un simple latido fuera perceptible, como aspirando una hoja que era la primera, o quizá la segunda, como si fuera un orden que alguien se molestó en ordenar.
Con la fuerza de un simple latido saltó apoyándose en las presiones que no llegaron a ser vibraciones y quedaron atando el fémur, se cogió al rayo de luz que formaba un arco que soportaba el peso de la oscuridad y, deslizó por él, sólo sabiendo que se desvivía por vivir, sin saber si un todo estaba concentrado en un nada o había un nada que merecía un todo.