Rosa y Luis vinieron muy temprano a casa, llamando con prisas. Me levanté de la cama asustada por la insistencia. Fui corriendo a abrir la puerta para que mis padres no se enteraran.
— ¿Qué queréis a estas horas de la mañana? — les pregunté, muy extrañada.
— La abuela salió y no volverá hasta la hora de la comida, tenemos toda la mañana para acercarnos al lago — dijo Rosa, alegremente.
— Pero mis padres están durmiendo y hoy no trabajan - contesté muy seria.
— Estamos perdiendo el tiempo discutiendo. Vamos de una vez — insistió Luis.
Fui a despertar a mi hermana y salimos a toda prisa con un pedazo de queso, un poco de pan y una botella de agua bajo el brazo.
Luis y Rosa, nos esperaban ansiosos. No quedaba muy lejos el lugar al que nos dirigíamos, unas colinas cercanas que eran nuestro secreto lugar de encuentro. Por el camino, saludamos a los vigilantes del tanque de agua que a nosotros nos sonaban a ríos de gloria. Nos dirigimos hasta la segunda colina y nos sentamos esperando a que amaneciera y el sol, cual carruaje dorado, lanzara rayos de claridad como flechas de oro.
Al ir encendiéndose el mundo, saludamos a liebres, venados, ardillas y pájaros que despertaban alegremente. De pronto, escuchamos los pasos a galope de un caballo y su jinete nos descubrió, se acercó a nosotros y nos dijo:
— Chicos, ¿qué hacen hay tan temprano, adónde van?
— Muy cerca de aquí, a casa de doña Leonor - contesté, sintiéndome responsable al ser la más mayor de todos.
— Tengan cuidado - nos advirtió mientras desaparecía de nuestra vista.
Doña Leonor, la abuela adoptada de mi infancia, nos vio llegar y nos saludó. Nos invitó a entrar en su casa. Compartimos con ella el pan y el queso, y nos preparó un potaje delicioso. Nos habló del campo, de los animales y de las hadas y duendes del lago que había tras las colinas. El tiempo pasaba muy deprisa escuchando sus historias. Nos despedimos de ella y nos dirigimos hacia el lago en busca de toda aquella fantasía que nos contaba.
Rodear aquel lago, era como estar en un sueño de hadas y duendes. Las mariposas eran de múltiples colores y las ardillas se cruzaban en nuestro camino como si quisieran saludarnos. Mi hermana, Rosa y Luis, jugaban y saltaban disfrutando de aquel pequeño paraíso en el que nos encontrábamos. Una piedra brillante llamó mi atención, la cogí, la miré y escuché una voz que decía:
— “Recuerda que no debes llevarte nada que pertenezca al lago”.
— Sí, ya lo sé - contesté mentalmente mientras me la guardaba en el bolsillo de mi overol.
Desandamos el camino de vuelta a casa pero éste había cambiado de color, ahora era grisáceo y frío, el verde de la hierba había desaparecido y hasta los pájaros habían enmudecido su canto.
Al llegar a casa, nos dieron la reprimenda por escaparnos tan temprano. La aceptamos porque sabíamos que los adultos no podían entender que veníamos de un lugar lleno de fantasía donde ellos no podían entrar.
Cuando llegó la noche, tuve un presentimiento. Me levanté de la cama a ver si mi piedra brillante seguía donde la había guardado celosamente. La encontré en su sitio, pero me sorprendió ver que había perdido todo su brillo. Volví a acostarme pero los sueños estaban llenos de angustias. Alguien me perseguía y me recordaba que aquella piedra no me pertenecía, que no podía llevármela. Mi hermana me delató ante la madre naturaleza y yo seguí negándome a reconocer que la había robado.
No pude dormir bien en toda la noche, me levanté muy agotada y el día amaneció con lluvia, con nubes por todas partes y sin la presencia del sol. Una gran tristeza me invadió y me quedé todo el día en casa.
Rosa y Luis, vinieron y me dijeron que su abuela estaba muy enfadada y que les había prohibido salir conmigo porque era un peligro para ellos. Se marcharon y no volví a verlos en todo ese día.
Regresé a mi habitación y busqué el cofre. La piedra seguía ahí, pero su brillo seguía ausente.
Al llegar la noche, la lluvia se intensificó y escuché un ruido cerca de la ventana. Me acerqué para mirar y vi al búho del bosque.
Al llegar la noche, la lluvia se intensificó y escuché un ruido cerca de la ventana. Me acerqué para mirar y vi al búho del bosque.
Esta misma noche, tienes que volver a dejar la piedra donde estaba o algo malo podría sucederle a tu hermana - dijo muy seriamente el señor búho.
Asustada, corrí a por la piedra, la envolví en un pañuelo, cogí un paraguas y salí silenciosamente de casa. De camino hacia el lago, volví a encontrarme con el señor búho y me dijo:
— Cierra los ojos.
Los cerré y al abrirlos estaba algo desorientada. Todo era oscuridad y sólo me quedaba la opción de seguir sus pasos.
Al pasar cerca de la casa de doña Leonor, escuché una voz de fondo que decía:
— Niña traviesa, ¿no te dijeron que no cogieras nada del lago?
— Perdón, doña Leonor, por haber desobedecido las reglas de la naturaleza - contesté mientras un par de lágrimas resbalaban desde mis ojos. — Ahora mismo voy a dejarla donde la encontré.
Un estruendoso rayo partió un árbol por la mitad y cayó al suelo en pedazos. Seguí corriendo, con más miedo del que podría haber imaginado tener nunca, para llegar hasta al lago. Por fin llegué hasta el lugar donde habitaba la piedra antes de ser secuestrada por mis manos. La dejé en su sitio no sin antes darle un simbólico beso y volví a toda prisa hacia mi hogar.
Me acosté y al día siguiente, cuando me desperté, mamá me cuestionó si había tenido una mala noche. Yo le pregunté por mi hermana y me confirmó que estaba bien.
Para todos los males, hay dos remedios: el tiempo y el silencio.
Nunca pude contárselo a nadie, pero hoy, después de tantos años, no he podido ni he querido evitar sacarlo a la luz, entre letras, para sentirme aliviada. Y la verdad es que al relatarlo y publicarlo es como si me hubiera quitado una piedra que había estado sobrecargando mi espalda durante mucho tiempo.