Vieja lucha en la inconstancia de mi alma. Altibajos maquillados para no herir, para no involucrar a la mano amiga. Una sonrisa desdibujada quiere nacer de nuevo, añora mostrar dientes y encías; pero el pretérito se interpone. Inmemoriales recuerdos cruzan la frontera e invaden mi presente.
Y ahora, ahora que todo quedó atrás, ha llegado la hora de contarte la verdad.
Siéntate, ponte cómoda y atiéndeme, porque lo que te voy a explicar no es para morir sino para sanar. Si estás dispuesta, si estás preparada, sólo tienes que darme tu permiso y empezaré a deshilar mi historia.
Siéntate, ponte cómoda y atiéndeme, porque lo que te voy a explicar no es para morir sino para sanar. Si estás dispuesta, si estás preparada, sólo tienes que darme tu permiso y empezaré a deshilar mi historia.
Y ahí estábamos, frente a frente, yo mirándola compasivamente y ella derramando ternura. Éramos el alfa y el omega de la conmiseración. Quería curar sus heridas porque haciéndolo, las mías dejarían de sangrar. Parecía una corderita, dócil y triste; sentí la tentación de hundirme en su tristeza, porque era bella. Pero me forcé a continuar con mi propósito. Deseaba ayudarla a salir del pozo en el que había caído.