Algunas noches en las
que Morfeo se resiste a visitarla,
vuelve a rememorar aquellos días pasados
en los que deseaba con todas sus fuerzas, echar a correr. Calzarse las chirucas
o las cómodas zapatillas, esas que se compró a escondidas de sus padres, con
los pocos ahorros que conseguía trabajando los fines de semana en la zapatería
de aquel pequeño pueblo y muy amablemente el dueño, le había dejado pagar en
holgados plazos.
No le importaba sacrificar
la tarde del domingo y quedarse en su casa sin poder ir al cine, donde casi
siempre reponían las mismas películas. Se conformaba con pasear con sus amigas,
de vez en cuando comprar algunas golosinas y sentarse en un banco de la plaza,
para degustarlas mientras charlaban y hacían planes de futuro.
Pero guardaba un gran
secreto para sí que nadie sabía y era que ella un día marcharía lejos, muy
lejos.
En esas noches tan largas, desfilan
por su cabeza todos los sueños que le hubiese gustado realizar, cargada con su
mochila roja rebosante de ilusiones y con las cosas más imprescindibles para
subsistir.
Ciudades, montañas, playas,
mundo… En definitiva, la libertad de
poder decidir dónde y cuándo parar, sin necesidad de dar ninguna explicación.
Sueños, sueños, sueños…
Pero la indecisión, la cobardía y el miedo,
añadidos a la pena y el dolor que sabía provocaría en las personas que más la
querían, hicieron que desistiera,
dejándola encerrada en ese muro en el que se convirtió su juventud,
donde todos sus anhelos quedaron atrapados.
Siempre se ha preguntado si
al tomar el camino correcto, o quizás mejor dicho, el que se esperaba de ella,
hicieron que le costara tanto olvidar, perdonar y perdonarse.
Un batiburrillo de
sentimientos contradictorios circula por su mente y cree que fue la peor
decisión que pudo haber tomado.
Tanto tiró de ese pesado
lastre que a veces le parecía que su cuerpo no iba a dar más de sí y era tanta
la fuerza que le faltaba, que se creía dando pasos hacia atrás como los
cangrejos.
Ese no avanzar, hizo que se
rompieran todos los esquemas que había forjado su joven corazón, y allí
quedaron rotos el día que dejó que se marchitaran las flores de sus mejores
años.
Pronto aprendió que en la
vida no hay marcha atrás, las cosas se hacen en su momento o ya no habrán
nuevas oportunidades, y tiene que cargarse con las consecuencias para siempre,
cosa que resulta muy difícil en una vida gris.
Por eso durante tanto tiempo
pensó que en los momentos más importantes
y decisivos de la vida, es mejor quemarse que apagarse lentamente.
¿Cómo habría sido su existencia, si en lugar de quedarse,
hubiese tomado el camino que ella quería?
¡Nunca lo sabrá!
Ahora su trabajo consiste en
aplicar sus conocimientos de psicología a jóvenes que se encuentran perdidos
sin saber qué camino tomar y siempre les dice lo mismo:
<<Cuando sientas que
necesitas hacer algo para cambiar tu vida, hazlo, hazlo, hazlo… Tu mundo no
será nada, nunca conseguirás avanzar si no lo haces.
Coge la mochila, cálzate tus
botas, y corre, corre, corre… No mires atrás ni para coger impulso, piensa sólo
en ti, es la única manera de no apagarte,
aunque ardas en la hoguera que tú mismo has querido encender>>.